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    El peligro del sexo reprimido

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    El sexo ha sido objeto de intromisiones ligadas a la moral, a la religión y a normas culturales.

    El sexo, entendido como la actividad biológica, hay que decirlo claramente, es una función vital y no una mera opción que se ejerce al vaivén de factores y condicionantes externos. En otras palabras, ir a la cama es una necesidad natural que se modula de acuerdo con los preceptos integrales de cada persona y no de otros.

    No hay duda de que, al estar ligado al placer básico, el sexo ha sido objeto de intromisiones ligadas a la moral, a la religión y a normas culturales que lo han separado de su razón de ser y lo han ubicado en el estante de los pecados, lo prohibido y lo censurado, al punto de que se ha despojado de sus esencias biológicas y evolutivas y pasó a ser la única función orgánica que el cuerpo no puede ejercer de manera autónoma.

    ¡NO HAY TABÚES!
    Pensar así es absurdo, porque es como si para comer o respirar –funciones similares– se tuviera que, primero, mirar si lo permiten el Código de Policía, la religión y hasta los vecinos. En ese contexto, la sexualidad quedó en el bajo mundo de lo cuestionable, de lo clandestino, de lo pecaminoso, donde quienes la disfrutan a plenitud son señalados de ligeros, irresponsables e inmorales, condiciones que, de paso, facultan a cualquiera para que participe en esos juicios “útiles para preservar los valores que sostienen a la sociedad”, con lo que se abre camino a la mojigatería y los desmanes.

    NO A LA REPRESIÓN SEXUAL
    De ahí los resultados: una sexualidad reprimida de manera antinatural que en ocasiones se desborda con expresiones que pueden bordear lo riesgoso o lo ilegal. Prácticas inseguras, embarazos indeseados, abusos, violencia y algunos delitos sexuales tienen como incubadora esta coacción y el freno de una sociedad que impide incluso que se hable del tema y se eduque con claridad desde la primera infancia.
    Una investigación publicada en ‘Personality and Social Psychology Bulletin’ demostró que las buenas experiencias sexuales pueden ser un pilar fundamental del bienestar general y un ingrediente infaltable para abordar con eficiencia la cotidianidad.

    Así de simple. Ya es hora de devolver a la sexualidad el delicioso papel de función orgánica vital y quitarle la túnica que convirtió a algunas relaciones sexuales con absoluta legalidad, en una amenaza social y moral sin fundamento.

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